Autoretrato con la guitarra, Cristina Alejos Cañada |
Por: O. Alba Cuervo*
Cuando los publicistas se inventaron el lema aquel de “el lugar que lo tiene todo”, seguramente estaban pensando en Bogotá; pero para esa misma época lo que hacía falta era cultura ciudadana, arraigo, ese algo que hace de esta ciudad uno de los mejores vivideros del país. Para construir este tipo de nociones hay que tener en cuenta una serie de factores y acontecimientos que moldean la cultura de una ciudad. Tales acontecimientos se vinieron dando desde la última década del siglo XX con el advenimiento de políticas a todo nivel que fortalecieron y, en algunos sectores, crearon cultura, consciencia.
El rock es clara muestra de esta evolución; existen cuatro bandas bogotanas que se comprometieron con la ciudad desde distintos campos y actividades y han estado presentes en el desarrollo de las políticas y campañas que han emprendido distintas entidades. Las 1280 Almas, los Aterciopelados, La Derecha y La Pestilencia (Bogotá, 1986) son las agrupaciones que en principio se le midieron a ser parte de la incipiente cultura ciudadana.
Pero los orígenes de estos movimientos, de las culturas y las contraculturas, se remontan a finales de los años ochenta del siglo XX, cuando por obra y gracia de la liberación de las importaciones y un agitado momento político y social, el rock en Bogotá empezó a cobrar fuerza. Para entonces la zona histórica de La Candelaria estaba invadida por los bares y sitios de rumba que iban, progresivamente, deteriorando las construcciones, en detrimento de nuestro patrimonio arquitectónico. Sin embargo, a la par de las terribles consecuencias de convertir una zona cultural en un sitio de parranda, surgió un sonido bogotano, auténtico, que en ocasiones se ha convertido en estigma.
Con el corazón en la mano, Aterciopelados |
Dentro de uno de estos locales se gestó el comienzo de uno de los sonidos característicos de la ciudad y, hoy en día, del país. Andrea Echeverri y Héctor Buitrago arrancaron con un proyecto en el que se fusionaba el rock, el punk y la música popular colombiana: Delia y los Aminoácidos, gen fundamental de los Aterciopelados. Como nota curiosa, Héctor también formaba parte de otra banda fundacional bogotana, La Pestilencia, pero ya habrá tiempo para hablar de ellos. Desde su aparición con el álbum Con el corazón en la mano, esta banda de rock ha impulsado la convivencia, la tolerancia, la inclusión y el amor por esta urbe de diez millones de habitantes. Hay que reconocer que gracias a Andrea Echeverri es que se revivió el bogotanísimo término sumercépara referirse con cariño y respeto al prójimo.
La Derecha, La Derecha |
En realidad, hablar del origen de este boom del rock capitalino exige hablar de músicos que participaron activamente en la formación de las distintas bandas, algunas de las cuales son el centro de este artículo. La Derecha es otra de estas agrupaciones; aquí aparece Francisco Nieto, quien también había sido parte de la alineación de La Pestilencia. Con grandes inquietudes musicales y expresivas, se reunieron con Mario Duarte y Carlos Olarte “Panelo” (q.e.p.d) y comenzaron a hacer una música en la que se mezclaba el punk, el son montuno y el joesón para producir un sonido fresco, innovador y que se mantiene vigente veinte años después. Con el video de “Ay, qué dolor”, su primer sencillo, llevaron al aficionado al videoclip a hacer un breve pero representativo viaje por la Bogotá de los años noventa del siglo XX. Desde el centro hasta sectores ignotos como la desembocadura del río Fucha en el San Cristóbal, y hasta el Puente del Común en la salida, o entrada, a Chía, se convirtieron en puntos de referencia para el consumidor de canales como MTV Latino y 62-05, El Planeta de XEW, el canal mexicano. Bogotá era, por fin, motivo de orgullo para las nuevas generaciones de esos días. Es necesario recordar que Mario Duarte fue uno de los más importantes gestores de Rock al Parque, junto a Chucho Merchán (ex Eurythmics) y Héctor Mora Jr. Y es imperativo mencionar que Rock al Parque es el festival donde el respeto y la tolerancia han hallado su espacio, ejemplar para la ciudad.
La muerte... un compromiso de todos, La Pestilencia |
Para las nuevas generaciones del siglo XXI es una sorpresa capaz de desencajarles la mandíbula descubrir que La Pestilencia, la banda más importante del sonido metal-punk (si tal cosa existe), nació en Bogotá en 1986. Esta es una de esas bandas en las que se reúnen casi todos los genios que son capaces de sostener que construyeron una generación. De esta reunión de inconformes y revoltosos se gestaron además La Derecha, los Aterciopelados y Neurosis, esta última la banda profesional colombiana del metal. El impacto causado por La Peste en la pacata Bogotá de 1988 con la aparición de La muerte… un compromiso de todos, virulento álbum grabado con la rabia y la frustración de Dilson Díaz, quien además grabó la pasta con una fuerte afección de la garganta, no tiene parangón en la historia del rock nacional. Según la leyenda urbana, el tiraje de la primera impresión de este acetato fue de sólo mil copias. Pero hay más de cinco mil que afirman haber sido propietarios de uno de esos míticos LP’s. Lo más importante de esta banda y esta grabación en particular es la conciencia social y política de unos muchachitos de clase media baja de la desconocida Bogotá de la época. La Pestilencia le dio memoria y consciencia a la horda de escuchas del rock.
Háblame de horror, 1280 Almas |
Pero si se habla de una banda que reúna en su ser el sentimiento y el sonido bogotano, hay que referirse a las 1280 Almas. Nacida en los corredores del colegio INEM de Kennedy, agrupó a unos adolescentes con casi idénticas inquietudes, al mismo tiempo que los otros músicos de los que aquí se ha hablado y con las mismas oportunidades. Casi huelga decir que la punta de lanza de este movimiento fueron Andrea Echeverri y sus Aterciopelados; sin embargo, no todos le entraron al juego del éxito, de las grandes giras, de las entrevistas medio mongoloides en los programas de la mañana. A pesar de haber sellado con BMG y haberse comprometido a grabar tres álbumes (que por demás lograron impecablemente), se apartaron de toda gloria y fortuna, se negaron a dejarse patear los cuartos traseros por la chabacanería del mercado y se convirtieron en el sonido del rock bogotano, en su actitud, en la banda sonora de ese sentimiento extraño que nadie conocía: el amor por Bogotá. Una palabra, un grito, una marca de estilo de Las Almas que se tradujo en algo irrefrenable en los rockeros bogotanos: ¡Alegría!
Y así, después de veinte años de ires y venires, de giras mundiales, nacionales y locales, las cuatro bandas siguen ahí, y siguen haciéndole propaganda a la tolerancia, al respeto, a la inclusión y la convivencia. Como en 2005, en el teatro al aire libre de La Media Torta cuando las Almas convocaron a unos cientos de cuarentones y, por encima de las bandillas invitadas, les recordaron quiénes somos y qué es lo que hay que cuidar. Como los Atercio en Colombia al Parque, levantándole el ánimo a la gente que hace la lucha diaria en esta urbe. Como Dilson cerrando un Rock al Parque agradeciendo a la ciudad que forjó su leyenda al ser la cuna de su sonido. Como La Derecha que, aún siendo parte de una campaña publicitaria, puso al abarrotado estadio El Campín a corear su rock ajoesonado. Todos y cada uno han hecho que el bogotano ame a su ciudad, se reconozca en la diferencia, conviva uno al lado del otro.
*O. Alba Cuervo es Profesional en Estudios Literarios de la Pontificia Universidad Javeriana.
Blog personal: El sol sale para todos
Twitter: @OAlbaCuervo
Excelente articulo. Así debe ser, desde donde estemos y seamos lo que seamos debemos sumar y aportar en la construcción de una mejor ciudad. Debemos demostrar nuestra gratitud y sentido de pertenencia por esta hermosa tierra: Nuestra querida Bogotá.
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