¿Cuánto nos cuesta el ejercicio inadecuado de ciudadanía en el escenario de la Movilidad?

Para destruir las malas prácticas, la ley es mucho menos útil que los esfuerzos individuales.

 Ángel Ganivet (1865-1898) Escritor, ensayista y narrador español.

La recolección de información y el análisis periódico de estadísticas se ha convertido en un lugar común por parte de los encargados de la movilidad en las ciudades y de la ciudadanía. En ocasiones creemos que la medición en términos numéricos y las lecturas de variación porcentual nos permiten dimensionar el resultado de nuestras acciones cotidianas y el impacto del inadecuado ejercicio de ciudadanía en el escenario de la movilidad.

Pareciera que frases como: Atienda las indicaciones del semáforo, Cruce por la cebra, Recoja y deje pasajeros en lugares adecuados, Si va a conducir no se embriague y si se embriaga no conduzca, Sea responsable, Sea tolerante, entre otras, formaran parte de unas letanías que solo repitieran algunos psicorigidos nostálgicos del orden, el respeto y las buenas maneras. Para algunos esto es un atropello, porque consideran que pueden hacer lo que quieran, cuando quieran y como puedan porque no ven más allá de sus intereses individuales, porque tienen una definición propia y amañada de lo que es la libertad, sin embargo, es necesario que dimensionemos el daño que causa la violencia vial a nivel global, ya que nuestra realidad no es diferente a la de otros lugares del mundo.

Es importante tener en cuenta que a nivel mundial, “Entre las tres causas principales de defunciones de personas de 5 a 44 años figuran los traumatismos causados por el tránsito. Según las previsiones, si no se adoptan medidas inmediatas y eficaces, dichos traumatismos se convertirán en la quinta causa mundial de muerte, con unos 2,4 millones de fallecimientos anuales. Ello se debe, en parte, al rápido aumento del mercado de vehículos de motor sin que haya mejoras suficientes en las estrategias sobre seguridad vial ni la planificación del uso del territorio”[1]. El desarrollo industrial y las dinámicas de consumo ponen en circulación día a día miles de vehículos en las calles de las ciudades, si tenemos en cuenta que este crecimiento no necesariamente está acompañado de una cualificación del ejercicio de ciudadanía nos damos cuenta de que estamos armando un coctel en el cual se entremezclan dinámicas que están en detrimento de la seguridad vial, del cuidado del medio ambiente y que incrementan la congestión vehicular. Esta lectura de la situación de ninguna manera es apocalíptica, simplemente atiende a la evidencia real, lo que ocurre es que estamos inmersos en la cultura de la indiferencia, la indolencia y el conformismo hasta el punto de no dimensionar el impacto que tienen estas situaciones en el presente.

De la misma manera en que el crecimiento de la oferta automotriz incide en la congestión vehicular, el desarrollo de mejores prácticas desde la ciudadanía a nivel individual puede ayudar a mejorar nuestra calidad de vida a nivel colectivo y acercarnos a un mejor nivel de desarrollo social, cultural y económico. No es de poca importancia considerar que “La reducción de los traumatismos causados por el tránsito puede contribuir al logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, es decir a reducir a la mitad la pobreza extrema y de modo significativo la mortalidad infantil”[2].  Lo que para algunos funcionarios públicos puede ser una mejora en la movilidad a partir de análisis de gráficas, números y cuadros estadísticos no necesariamente refleja una mejora para la sociedad, una sola víctima de violencia vial implica consecuencias que van más allá de un conteo inicial, recordemos que “La pérdida de quienes ganaban el sustento y el costo añadido de atender a los familiares discapaci­tados por dichas lesiones sumen a muchas familias en la pobreza”[3]

La pérdida de un ser querido o la eventualidad de tener que contar con una persona en delicado estado de salud, sume a las familias en el dolor y los hace perder la fe en la sociedad, en las instituciones y en las normas, ¿Cómo colocar en un informe de gestión el dolor de una madre que pierde un hijo? ¿El de un esposo que pierde a su esposa? ¿El de un niño que pierde a sus padres? Las constantes crisis económicas a nivel global, la falta de oportunidades laborales, la precaria prestación del servicio de seguridad ciudadana, los problemas propios de las etapas del desarrollo de un niño, entre otras situaciones ya son suficientes cargas para las familias, pero gracias a nuestra indolencia se suma la carga de la violencia vial.

En materia económica es importante reiterar que los accidentes viales también causan la destrucción de hogares y proyectos de vida en los cuales por cada adulto víctima de la violencia vial debemos multiplicar por el número de hijos, ya que “los más afectados son los niños. En México, la pérdida de los padres debido a choques es la segunda causa de orfandad infantil”[4].

Otro elemento que debemos tener en cuenta es lo que los economistas llaman el costo de oportunidad, ya que por cada unidad monetaria  del erario público que invertimos en la recuperación y atención de las víctimas de situaciones prevenibles, dejamos de invertir en otras áreas como la educación, el deporte, la cultura y la infraestructura entre otros. A manera de ejemplo, recordemos que “en 2000, la población de los Estados Unidos sufrió 5,27 millones de lesiones no mortales causadas por el tránsito, de las cuales el 87% se consideraron me­nores. El costo de tratar todas ellas se elevó a US$ 31 700 millones, lo que supone una enorme carga para los servicios de atención sanitaria y la econo­mía de las víctimas del tránsito y sus familias”[5]. Si esto afecta una nación con más desarrollo y mejor calidad de vida que la nuestra ¿Cuál será el impacto de esta situación en una nación y en una ciudad como la nuestra?

¿Están asociados los niveles de desarrollo de las naciones con la disciplina de sus ciudadanos en materia vial? ¿Por qué el mayor número de víctimas de la violencia vial se encuentra en los países subdesarrollados? Por ejemplo, tomando como referente un país africano, recordemos las palabras de Mwai Kibaki, Ex Presidente de la República de Kenya quien dijo: “Más de 3000 kenianos mueren cada año en nuestra vía pública, la mayor parte de ellos entre los 15 y los 44 años de edad.”[6]

Ya no hay tiempo de esperar para hacer lecturas apocalípticas, muchas de las situaciones catastróficas para la humanidad se encuentran en nuestro presente y no en nuestro futuro, tal vez la niebla de la cotidianidad no nos permite vislumbrar las dimensiones que ha tomado la violencia vial en nuestra sociedad y quizá por eso es muy poco lo que hacemos al respecto. Lamentablemente, lo que no va a cambiar si no despertamos de nuestra indolencia y nuestra indiferencia es el golpe arrollador de una motorización distante de la cultura ciudadana, en la cual priman los intereses individuales sobre los colectivos.

Es momento de reflexionar y asumir el compromiso individual de transformar esta realidad, desde un ejercicio de ciudadanía en el cual el cumplimiento de las normas, la observancia de medidas de protección colectiva e individual y la implementación de prácticas medioambientalmente sostenibles estén a la orden del día. Si no actuamos de esta manera tendremos que seguir viendo como “Un patrimonio humano considerable se ve así aniquilado, arrastrando consigo consecuencias sociales y económicas sumamente importantes, lo cual permite apreciar hasta qué punto la seguridad vial constituye en nuestros días un desafío mayor de salud pública, a escala mundial”[7].

Los invitamos a leer los artículos del Ciclo de Movilidad realizado por la Fundación Bogotá Mía.






[1] Sminkey Laura, “Plan Mundial para el Decenio de Acción para la Seguridad Vial 2011–2020”, Organización Mundial de la Salud, Ginebra – Suiza, Pág. 3.
[2] “Informe mundial sobre prevención de los traumatismos causados por el tránsito”, Organización Mundial de la Salud, Preámbulo, Ginebra, 2004.
[3] Ibíd. Fundamentos, Pág. 2.
[4] Ibíd. El impacto mundial. Pág. 16.
[5] Ibíd. El impacto mundial. Pág. 15.
[6] Ibíd. Prefacio, Pág. vii
[7] Ibíd. Prefacio. Pág. vii

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