Imagínese usted parado en una estación de Transmilenio esperando el articulado, cuando a lo lejos se ven algunas personas mirando ambos lados de la calle con cierto sigilo; de repente usted los ve corriendo hacia usted. Con una habilidad al nivel de Caterine Ibargüen, por su puerta se suben 2, 4 o hasta más personas, o mejor, individuos, (para no herir la susceptibilidad de aquellos gamberros).
Este cuadro lo hemos vivido casi todos los que alguna vez hemos usado este sistema de transporte, y sé que en algún momento la frustración se apodera de nosotros por no poder detener a los que ingresan al sistema sin pagar. Sé que en algún momento, usted también se ha querido colar, se ha puesto a imaginarse cómo se vería corriendo por la calle como un demente, atravesándose en plena Avenida de las Américas, Calle 26 o Autopista norte, sin embargo, le pasa lo mismo que a mí: el solo hecho de verse en esas, le causa risa y sabe que si lo hace duraría una hora rojo de la vergüenza.
Este es sólo un ejemplo de lo que diariamente yo vivo en mi querida ciudad, Bogotá. Si bien reconozco que hay líderes ciudadanos, figuras públicas y estudiantes, entre otros, que intentan hacer algo mejor por la capital montando bicicleta, asistiendo a cabildos y radicando cartas, para mí este esfuerzo será en vano si la juventud no toma consciencia de cuidar su entorno.
Mi discurso suena de abuela, pero quiero que sepan que tengo solo 21 años y me sorprende saber que hay estudiantes, es más compañeros míos, que parece que lo único que les gusta hacer es convertir el oxígeno en dióxido de carbono y quejarse de Bogotá. Ver estudiantes colándose en Transmilenio, tirando basura como si vivieran en un basurero, orinándose en las esquinas y rayando paredes (ojo no me refiero a los verdaderos grafittis) es realmente indignante.
En realidad sería un poco diferente si la mayoría de malos ciudadanos que yo me encuentro a diario (puede que a usted si le pase esto) fueran adultos, es decir, no sentir que hay una parte de mi generación perdida o como diría una profesora mía “perrateada”.
Ahora, cuando estas “mentes brillantes” de mi generación hablamos de un futuro laboral y profesional me encuentro con grandes sorpresas; todos al momento de hablar de lo bonito y maravilloso que sería vivir en algún otro lugar del mundo admiramos el sistema de transporte, la limpieza de las calles, el respeto de la gente y la cultura ciudadana. Bien, pues imagínese usted a una de estas joyitas colándose en el metro de París, pasándose un semáforo en rojo en Israel o respondiéndole “su madre” a alguien que le haga un reclamo.
¿Cómo pretenden algunos de estos gamberros llegar a otro continente a comportarse, si en su tierra no lo hacen? ¿Aquí pasa porque es su país y allá no porque no quieren que les quiten la visa? Son muchas cosas que me hacen pensar que mi doble moral (porque también me quiero ir) no me atormenta tanto, porque de una u otra manera no me considero así ni comento esos actos ciertamente “vandálicos”.
Nombre: Lina Hernández Valencia
Twitter: @Linahernandezv
Carrera: Comunicadora Social- Periodista
Universidad Externado de Colombia
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