Compra de objetos robados:
En desarrollo de nuestro Ciclo de Seguridad Ciudadana hicimos la publicación de: Accionespreventivas para cerrarle espacios a la delincuencia, el cual está acompañado de otros dos artículos, el primero es Consumo en la economía informal: incentivopara el contrabando y el segundo es Compra de objetos robados:incentivo para la inseguridad. Con estos contenidos invitamos a nuestros conciudadanos a reflexionar sobre las consecuencias que estas acciones tienen en el complejo entramado de actividades delictivas que afectan nuestra seguridad.
Esta problemática se sigue presentando porque existe un puente entre la ilegalidad, la criminalidad, la violencia y nuestra cotidianidad, el cual está formado por nuestra aceptación frente al delito y la construcción de medidas que minimizan la importancia de nuestros problemas y han defendido y construido nuestros sistemas jurídico y cultural basados en las falsas premisas de lo que hoy conocemos como “mínimas cuantías” y “normas mínimas”, respectivamente. A estas dos expresiones se suma el coro de quienes legitiman la delincuencia como consecuencia de la falta de oportunidades y escasas posibilidades de desarrollo económico. La actual pérdida de confianza en la justicia y el blindaje jurídico que promueve el actuar de los delincuentes se dan como resultado del debilitamiento institucional y social producido por la Ley de mínimas cuantías; esta, es una medida construida en el pasado y protegida en el presente por quienes olvidaron que “trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad. Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales,”[1] como la protección de la vida, el patrimonio, la confianza en nuestra sociedad y el derecho a vivir la ciudad.
Fuente: Alex Cruz |
Minimizar los problemas en términos jurídicos y retóricos no ocasiona una disminución en el impacto que genera esta espiral de violencia cotidiana a la cual nos acostumbramos y la cual nos muestra como por teléfonos celulares, dinero en efectivo y demás elementos, los delincuentes bañan con la sangre de inocentes nuestra ciudad, todo lo anterior bajo el amparo de lo que se considera “mínima cuantía”. Esta es una forma jurídica de legitimar e incentivar los crímenes y la violencia, la cual “frena el desarrollo auténtico e impide la evolución de los pueblos hacia un mayor bienestar socioeconómico y espiritual”[2]. Pensar que cada quien puede hacer lo que quiera, sin importar el impacto de sus acciones, simplemente atendiendo a lo que determina su voluntad de manera irreflexiva nos ha llevado al estado actual en materia de seguridad ciudadana, vivimos en la época de “la perspectiva de la autonomía radical”[3], en la cual se dejaron de lado la formación en valores y la construcción de tejido social en el marco de la solidaridad: hoy se privilegia al individuo sobre la comunidad, privilegiando también el interés particular, espontaneo y emotivo en detrimento de la construcción de una racionalidad colectiva que nos impulse a la construcción de respuestas a los desafíos de carácter global que hoy nos afectan en los entornos urbanos, olvidamos que “negada la racionalidad solo queda la exaltación de la voluntad manifestada en los instintos”[4], y que las acciones que no toman en consideración a los demás muchas veces terminan afectando a un número de personas mayor que el que se puede considerar desde una mirada individualista irreflexiva que pone por encima los derechos individuales ignorando nuestros deberes con los otros individuos únicos, valiosos e irremplazables que conforman nuestra sociedad.
En este momento de nuestra historia vivimos “en un contexto social y cultural, que con frecuencia relativiza la verdad, bien desentendiéndose de ella, bien rechazándola”[5], o minimizando la relevancia de los argumentos que se muestran contrarios al progresismo que nos invita a aceptar cualquier tipo de conductas, incluso la compra de objetos robados y de contrabando amparados en la lógica de la racionalidad económica que busca obtener beneficios (los objetos deseados) al menor costo económico posible, sin importar el costo social que todos pagamos al vivir con miedo a causa de la inseguridad que nosotros mismos alimentamos con nuestra compra, al momento de ignorar la procedencia de los bienes que adquirimos de segunda mano, debemos recordar que “hay una convergencia entre ciencia económica y valoración moral. Los costes humanos son siempre también costes económicos y las disfunciones económicas comportan igualmente costes humanos”[6].
Este análisis no ha sido tenido en cuenta en la estructuración política, cultural e ideológica de nuestro deteriorado sistema judicial, que cada día tiene más y más problemas para castigar a los criminales, brindar justicia a las víctimas y propender hasta donde sea posible por la resocialización.
Nuestra sociedad no podrá sobrevivir ni mejorar si seguimos pensando que lo que hacemos es correcto siempre y cuando para nosotros sea válido y nos sirva, aunque sea incorrecto, y dejemos de pensar en el impacto que tienen nuestras acciones sobre los demás, no podemos poner en juego nuestros valores y nuestros principios según sea la situación, según sea nuestra conveniencia, justificando lo que está mal si esto nos beneficia, no podemos acomodar nuestra escala de valores según la situación en la que nos encontramos, de eso depende la construcción de relaciones de confianza entre los ciudadanos, las instituciones y nuestras normas. La célebre frase del actor y humorista estadounidense Groucho Marx: "Estos son mis principios. Si no te gustan tengo otros.", dejo de ser un chiste para convertirse en una realidad en nuestra sociedad.
Todos podemos construir una cultura de la seguridad si deslegitimamos la compra de objetos robados y anulamos el discurso que nos han querido imponer quienes legitiman las “mínimas cuantías” y las “normas mínimas”. Debemos anular la posibilidad de que compremos cosas robadas o de dudosa procedencia y censurar a quienes lo hacen; así le daremos ejemplo a nuestros niños y niñas para que ellos entiendan que deben darle importancia a sus acciones y dimensionar el impacto que tienen en la sociedad; esto es muy importante, ya que debemos recordar que la mayoría de quienes delinquen y agreden a los demás vienen de un contexto familiar en el cual no hubo una correcta formación en valores.
El relativismo invadió nuestra sociedad, nuestra economía, nuestra justicia, nuestros centros de formación, los medios de comunicación y nuestros hogares. De nosotros depende que nuestra sociedad se ahogue en una visión individualista que privilegie la satisfacción irreflexiva de los deseos de cada persona o que podamos construir una cultura de la seguridad en la cual cada uno tome decisiones pensando no solo en su bienestar sino en el impacto colectivo de sus acciones. Nuestro primer objetivo debe ser construir una sociedad que actué en el marco del correcto equilibrio entre derechos y deberes para poder trascender a una sociedad que busque el bienestar general y el desarrollo económico, académico, personal y espiritual de cada uno de los individuos en el marco de la solidaridad y el amor por el otro, porque “La «ciudad del hombre» no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo”[7].
Autor:
Autor:
Germán Fandiño Sierra.
Politólogo Internacionalista.
Magister en Derechos Humanos y Democratización
Correo:
german@ciudadaniaparaeldesarrolloconsultoria.com
Instagram: @germanfsierra300
Facebook: @germanfsierra300
Twitter: @Germanfsierra
[3] Mons. Reig Pla Juan Antonio, “Hemos conocido el amor. Carta pastoral con motivo del año de la caridad”, Alcalá de Henares, Septiembre, 2014, Pág. 14. Disponible en: http://www.obispadoalcala.org/pdfs/2014_Reig_Carta_Pastoral_Caridad.pdf
[5] Op.cit. Sumo Pontífice Benedicto XVI, “Carta Encíclica Caritas in Veritate”, Introducción, Numeral 2.
La lectura desprevenida de este artículo, me sorprende positivamente y me reconforta, porque a riesgo de estar equivocada, desvirtúa mi convencimiento de que la expresión Derechos Humanos es como una celestina que justifica las acciones de los delincuentes, en todas sus modalidades,por lo menos así la interpreto en la concepción del discurso de la oposición política en el socialismo, en el cual prevalece la ausencia de principios y valores;lo que he dado en llamar "excesos de democracia".
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